La Habana, 22 ago (Prensa Latina) Los arrestos del presidente Ibrahim Boubacar Keita y de su primer ministro, Boubou Cissé, concretaron el golpe de Estado perpetrado por una fracción militar en Mali, que ahondó la crisis política que hoy vive ese país.
Esa reacción de fuerza no es ajena a la trayectoria de esta república de la región africana del Sahel, donde en 1968 el Ejército derribó al Padre de la Independencia, Modibo Keita y colocó a Moussa Traoré en la presidencia, y luego la sucesión mediante golpes castrenses fue un hecho.
Hasta ahora la multitud aplaude el ya conformado golpe de Estado, pero eso podría ser una alucinación porque con tal acción no se resolverán de inmediato los problemas que hundieron al país en la crisis: economía muy defectuosa, aparato estatal acusado de corrupto e insurgencia integrista que opera en el norte y centro del país.
Importantes figuras públicas fueron detenidas por los participantes en el complot, cuya ejecución condenaron la Unión Africana, la Unión Europea, la ONU y la Comunidad Económica de África Occidental, que actuó como mediadora en la crisis del país subsahariano, agravada en los últimos tres meses.
La Comunidad suspendió a Mali de sus funciones y facultades como miembro y pidió a los integrantes del grupo actuar en consonancia.
Pero hay aspectos notorios en el motín en las Fuerzas Armadas, en las cuales persisten críticas sobre manejos gubernamentales para enfrentar los conflictos pertinentes, como ocurrió en 2012 y el levantamiento tuareg en la región septentrional.
Lo cierto es que su integridad física del mandatario y del primer ministro preocupa a la comunidad internacional, el propio secretario general de la ONU, António Guterres, demandó la liberación inmediata e incondicional del mandatario.
También están los asuntos del subdesarrollo como la miseria, el hambre, las inclemencias del cambio climático, todas integrantes de un catálogo de desgracias que cada día se reproducen en esa zona semidesértica afectada además por la coyuntural expansión de la Covid-19.
Lo de Mali coincide con recientes sucesos violentos ocurridos en países del Sahel: el asesinato de trabajadores humanitarios en Níger, y en Burkina Faso el secuestro y muerte del imán Souaibou Cissédel , un crítico del terrorismo, claros actos de ingobernabilidad e inseguridad, que podrían invitar a una riesgosa militarización de la zona.